Por Ramón Peralta
La pandemia del Coronavirus, además de sus devastadoras consecuencias con sus secuelas de muertes y el desastre producido en la economía, nos ha dejado buenas enseñanzas por aquello de que “detrás de lo malo siempre hay algo bueno.” Pero además, reconocer lo malo también es bueno porque así aprendemos a desecharlo.
Esta última versión se aplica a las acciones del primer mandatario de la nación, el señor Trump, que durante la presente crisis humanitaria ha demostrado que de humanidad tiene poco, al tratar el problema como un asunto cualquiera y como si las muertes no le importaran mucho y no fuera algo trascendente.
Desde que se tuvo noticia de la presencia de la pandemia en territorio americano, el señor Trump no le puso atención al problema y postergó la respuesta para semanas posteriores, hecho que determinó que murieran miles de personas que pudiesen haberse evitado, y que dejó profundas y sensibles heridas en sus familiares, que se vieron obligados a ver partir sus seres queridos sin poder ni siquiera despedirlos con el adiós acostumbrado que se le da a los que parten hacia el otro mundo, dejando corazones heridos por la orfandad del amor que se fue. Eso ni siquiera ha conmovido a Trump, que se ha mantenido lejos de lo que es la conmiseración y la simpatía con el que sufre.
La actitud del Presidente no solo se dejó ver en ese primer momento, si no que durante el proceso siguiente siguió mostrando una insensibilidad sin nombre, cuando la pandemia seguía arrastrando miles de vidas y el primer mandatario continuaba dándole trascendencia a asuntos banales, en vez de llamar a la nación hacia la compasión y la solidaridad que el momento demandaba. Cuando los medios de prensa inquirían respuestas al urgente problema, el Sr. Trump apelaba a los insultos como si se tratara de un asalto a su persona.
Pero cuando Trump botó la bola, como se dice en beisbol, fue en el momento en que expresó su afán de reabrir la economía por encima de la catástrofe que estaba sucediendo, dando a demostrar que las miles de muertes de sus conciudadanos eran menos importantes que su afán de reelegirse en el poder. Esa acción ha puesto de manifiesto, que tenemos un líder carente de todo sentido de humanidad y que lo que mas le importa es el éxito de su ego cuya frontera no tiene límite.
Ese carácter egocentrista de Trump y de creerse el centro del universo revela su pobreza humana y su incapacidad de identificarse con aquellos que hoy sufren el maleficio de la tragedia del Coronavirus. Su descarada posición frente a la devastadora pandemia ha llegado hasta el punto de prestar oído sordo a las recomendaciones que ha trazado su propio departamento de salud para evitar la propagación del virus, al pedir a la población mantener la distancia y el uso de la máscara. Hasta hoy el Presidente ha rehusado usar la máscara y desafiando las normas prescritas, dando lugar a crear un mal ejemplo para el ciudadano común, que es el mas afectado por la pandemia.
No hay lugar a dudas, que estamos enfrente de la mas grande distorsión de lo que debe ser un líder en un momento tan grave para la nación.
