El artista holandés Arjen van Lith, emigrado a EE.UU., ha creado una enorme cabeza de Trump brutalista y dorada, pero de plástico, como símbolo del poder ‘decapitado’

 

Por PEIO H. RIAÑO

 

Las reivindicaciones no se heredan. Las estatuas tampoco. Por eso caen decapitadas, porque son tan vulnerables como los valores políticos y morales que representan y se empeñan en inmortalizar. A Donald Trump le faltó inaugurar estatuas en su honor antes de perder, hace unos días, las elecciones a su segunda legislatura frente a Joe Biden. La que le dedica el artista y escritor holandés Arjen van Lith (1971) nació ya así, como una cabeza decapitada. Porque como inmigrante en Estados Unidos no puede votar, pero sí opinar y su opinión es que Trump y lo que representa deberían acabar en el contenedor.

“El derribo de estatuas es uno de los símbolos más poderosos del poder popular, es un acto revolucionario en muchos sentidos. Refleja un cambio de ánimo en la sociedad, como la caída de las estatuas confederadas en EE.UU. este verano, después del asesinato de George Floyd. La gente derribó símbolos de odio y división. Donald Trump es un símbolo de odio y división”, explica el artista y escritor holandés Arjen van Lith (1971) sobre la caducidad de lo que parece inmutable. Van Lith se mudó a Austin (Texas), en 2013, donde hace unos meses una larga fila de vehículos con banderas de Trump persiguieron al autobús de Biden-Harris y bloquearon su paso. Los demócratas cancelaron los actos de campaña en Austin y Trump tuiteó: “Amo a Texas”.

Hace un año que Arjen van Lith vive en Pittsburgh, una pequeña mancha azul que resiste (por muy pocos votos) en el mapa rojo del Estado de Pensilvania, dominado por los incondicionales del presidente destronado, como si fuera la aldea gala de Astérix. El Estado natal del nuevo presidente demócrata, corazón industrial del conocido como “cinturón del óxido de EE.UU.”, ha sido vital para la victoria de Biden por los 20 delegados electorales que acumuló tras un recuento de infarto.

“Como inmigrante holandés en EE.UU. no puedo votar, pero aun así puedo hacer oír mi opinión. Para mí Trump es un desastre y debería ser eliminado y sacado a la basura”, reconoce a ICON Design el artista. Arjen van Lith ha realizado una estatua de la cabeza de Trump de casi dos metros de plástico y la ha ido colocando en contenedores de basura, cementerios de automóviles y depósitos de chatarra, “porque quería hacer una declaración política”. Ha localizado la miseria en las calles de Pittsburgh y Braddock, una pequeña ciudad que solía ser el centro de la industria siderúrgicaestadounidense. “Ahora está casi desierta. Los edificios se están derrumbando. Se ve muy, muy triste. Trump es muy popular allí: prometió recuperar la industria del acero, lo que por supuesto no hizo. Es imposible, es cosa del pasado”, indica el artista.

No es una cabeza hiperrealista, sino “brutalista, muy severa y geométrica”, con la que subraya todavía más el símbolo. No solo cae Trump, sino todo lo que representa: la “Make America Great Again”. Las estatuas enfatizan el culto al símbolo y se desentienden del conocimiento crítico del pasado. Por eso su derrocamiento es un símbolo contra la dominación, la pasividad política y la idea de acción de resistencia gubernamental. A esto los romanos lo llamaron “damnatio memoriae” (“condena de la memoria”) y sirvió para hacer desaparecer a los enemigos políticos del mapa público. Asumieron que las figuras podían ser arruinadas si un tono moral y político era derrocado por otro.

Es lo que ha hecho Arjen van Lith, una damnatio memoriae con esta cabeza de tres milímetros de espesor plástico. Adiós al mármol y al bronce. “Tiene un acabado de vinilo dorado metálico”, apunta el artista. El acabado dorado es una elección que refleja el gusto del expresidente. “Le gustan las cosas brillantes y llamativas. Personalmente, creo que es de mal gusto, pero quería hacer la cabeza lo más trumpy posible”, dice Van Lith. Su padre dijo de él que todo lo que tocaba su hijo parecía convertirse en oro. Y Trump ama el oro. Está en su vida familiar, en sus muebles, su nombre en el fuselaje de su jet privado, la Trump International Tower de Las Vegas es completamente dorada, y el casino del Trump Plaza en Atlantic City también era de ese color antes de cerrar. El oro está en todas las partes de su historia, y en sus libros: Midas Touch (2011). La Trump Tower, de Nueva York, tiene grandes letras doradas sobre la puerta principal, y el tríplex en el que vive con Melania y su hijo menor está inundado de motivos dorados. Su película favorita de la saga James Bond es Goldfinger (1965).