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El conflicto por Ucrania

 

Desde hace aproximadamente dos meses RTV, una estación de televisión rusa que además de informar es un medio de propaganda de la política exterior antigua sede de la Unión Soviética, ha venido denunciando que buques de guerra norteamericanos, han estado circundando el mar negro muy cerca de la frontera rusa de manera intimidante, lo que, según ellos, ha hecho que la administración del país eslavo se haya visto obligada a responder con movimientos militares similares en el área.

De repente, como si saltara un conejo del sombrero de un mago, el gobierno de Estados Unidos denuncia que tiene informaciones fidedignas de que Rusia tiene planeado invadir a Ucrania y anuncia a su vez, nuevas sanciones económicas contra Moscú junto a serias amenazas de abastecer de asistencia militar e instrumentos bélicos a la ex republica soviética.

¿A quién le creo?

Ucrania, un país de 44 millones de habitantes que se liberó de la URSS en 1991 aprovechando el desorden político en que cayó el Kremlim tras el intento de golpe de estado contra Mijail Gorbachov, reviste gran importancia geopolítica para Rusia, pero no tanto como para tirarse encima los problemas de un país dividido y agobiado por una profunda crisis económica. Lo mismo que Bielorrusia, que también se independizó a raíz de la desintegración del bloque socialista, y cuyos recursos son muy limitados para ser ambicionados por ninguna potencia.  Ambos son clientes del Rusia en el abastecimiento de gas natural, el cual para los países bálticos es fundamental debido al largo invierno.

Entonces cabe preguntarse ¿Por qué Rusia se levanta como un oso en sus patas traseras cuando los países miembros de la Organización del Atlántico Norte (OTAN) se involucran en los conflictos de esas dos naciones?  Porque ambas están en sus fronteras, y poner tropas estadounidenses en ellas es lo mismo que acostar al perro al lado del gato.

La OTAN fue creada por los Estados Unidos y los países de Europa del oeste en 1949 para contener la expansión del socialismo de la entonces Unión Soviética.  La Guerra Fría terminó, pero la OTAN se quedó.  Ahora, esta alianza militar es un mecanismo de dominio geopolítico norteamericano para controlar el crecimiento y expansión de la capacidad comercial y política de los países que son su competencia, obviamente, Rusia y China.

La conversación de dos horas entre los presidentes Vladimir Putín de Rusia y Joe Biden de Estados Unidos llevada a cabo el pasado martes 7 de diciembre, no se concentró solamente en el tema de Ucrania, porque ambos gobernantes saben muy bien por dónde van las cosas. Biden sabe qué es lo que quiere, y Putín lo que quiere evitar.  Tocaron al margen otros temas pendientes y aleatorios, en especial, aquellos que Donald Trump descuidó y que ahora ambos jefes de estado quieren retomar.

Es poco probable la ocurrencia de una guerra imperial en territorio ucraniano, pero tampoco del todo descartable, debido a que la llave de recursos para la industria de la guerra que representaban Irak y Afganistán, está cerrada.

En este baile de las potencias, los que pagan los platos rotos son los pueblos.  Si Rusia invadiera a Ucrania y Estados Unidos enviara armas a ese país, los fabricantes de armas y la novedosa maquinaria comercial de los contratistas militares, estarían de pláceme y el pueblo ucraniano llorando sus muertos sobre las ruinas de Kiev.


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