Honduras en el camino bueno, ojalá que llegue

 

En la madrugada del 28 de junio del 2009, militares hondureños sacaron en piyama de su casa al presidente Manuel Zelaya y lo deportaron.  Asumió el poder una junta de líderes de la ultraderecha, quienes reclamaron estar salvado el país de las “garras de comunismo”.

Barack Obama tenía apenas seis meses en la presidencia de Estados Unidos, y como un mandatario decente en circunstancias como estas, ordenó a su secretaria de estado, Hillary Clinton, condenar enérgicamente el golpe y desconocer al nuevo gobierno de facto.  Pero como dice un refrán: una cosa piensa el burro y otra el que le está poniendo las sillas para montarlo.

Según los expertos y la larga experiencia de golpes de estado en América Latina, ninguna acción de este tipo se produce en el continente sin el conocimiento de Washington.

Zelaya no era santo de la devoción de Estados Unidos por su acercamiento político con Cuba y Venezuela; por formar parte de los organismos latinoamericanos ajenos a Estados Unidos, como el Alba, y por los acuerdos con Cuba para proveer de médicos a los barrios pobres de Honduras a cambio de productos comestibles.  Como Zelaya intentaba reelegirse en el poder y tenía todo el apoyo popular para lograrlo, la salida era sacarlo por la fuerza del poder.

Hillary Clinton formó una comisión para “mediar” en conflicto integrando en la misma a tres prominentes lideres de la ultraderecha de Miami, lo cual trilló el camino para que se lograra reestablecer la democracia en Honduras sin Zelaya.

Desde entonces Honduras pasó de la recuperación a la gravedad. El primer gobierno legitimado de la derecha, el de Porfirio lobos, gozó de los resultados de la política económica implementada por Zelaya, pero a partir ahí, comenzaron a subir los índices de pobreza en 55 por ciento desde el 2015 hasta el 2018 y de 67 a 74 por ciento desde el 2018 hasta el 2021.  Eso explica que la mayoría de los integrantes de las caravas que huyen de Centroamérica y dirigen a Estados Unidos son hondureños.

El pasado jueves, Xiomara Castro, la esposa de Manuel Celaya asumió el poder tras ganar las elecciones con el apoyo de una coalición de partidos políticos. A la ceremonia de juramentación asistió en representación del gobierno de Estados Unidos, la vicepresidenta Kamala Harris, a quien la administración de Biden ha encargado de manejar los problemas de la inmigración centroamericana a los Estados Unidos.  Harris estuvo en Guatemala el año pasado supuestamente para abordar el problema y su gestión se limitó a decirle a los guatemaltecos, que no fueran a Estados Unidos.

Xiomara Castro se juramentó en el cargo el jueves y recibió la cinta presidencial de manos del presidente del Congreso al tiempo que otro autoproclamado presidente del congreso brilló por su ausencia.

Castro ha dicho que recibe un país “hundido en la bancarrota” saqueado en los últimos doce años.  Anunció que su meta será reconstruirlo y sacar a millones de hondureños de la pobreza.

Si lo hiciera, un gran beneficiado sería Estados Unidos, porque le quitaría de encima la presión de la inmigración en masa.  Pero los políticos norteamericanos no hacen siempre lo mejor para los Estados Unidos, y si sacar a Honduras de la pobreza choca con la línea política que está siguiendo la actual la administración Biden, que es la de “cero socialismo” y Guerra Fría, la visita de Kamala Harris se va a parecer mucho a la de Lyndon B. Jhonson a República Dominicana en el 1963.

Johnson siendo vicepresidente de la administración Kennedy, asistió a la juramentación del primer presidente democrático del país después de los 30 años de férrea dictadura, y siete meses después se produjo un golpe de estado.  Cuando dos años después un grupo de militares derrocó al gobierno de facto, Johnson, ya como presidente, envió 42 mil marines para impedir el retorno del presidente derrocado, y lo anunció con estas palabras: “No voy a permitir otra Cuba en América”.