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Inflación y desaciertos, ojalá no se muy tarde

 

Desde que el presidente de Estados Unidos anunció en el mes de marzo de este año el montón de sanciones contra Rusia por los ataques de este país a su vecino Ucrania, advertimos que las consecuencias de esas sanciones las pagaría el pueblo norteamericano, debido a que las mismas, activarían el remolino inflacionario que venía dando vueltas sobre su centro desde la pandemia y amenazaba en convertirse en un tornado económico devastador.

La caída de la producción de bienes de consumo provocada por la ausencia de mano de obra en el periodo de pandemia, sumada al incremento de la capacidad de compra de los norteamericanos como consecuencia de los auxilios financieros, generarían un previsible estado inflacionario que el país parecía poder enfrentar sin problemas. Terminada la pandemia los trabajadores volverían a las fábricas, se aumentaría la producción, y la economía regresaría en pocos meses a su normalidad.

Pero Estados Unidos se concentró solamente en resolver el problema de la pandemia en su territorio olvidando que vivimos en una economía global.  La pandemia provocó graves atrasos en los productores de insumos de otros países de los cuales dependen la industria y la agricultura americanas. Este retraso no dejó despegar la economía como se esperaba, y como un carro cuyas ruedas resbalan sobre si mismas en lo mojado se quedó estancada en medio de la tormenta.

Quizás hubiera sido posible no llegar a este punto si en vez de provocar conflictos internacionales, el presidente Biden se hubiera concentrado en asegurar que los fabricantes de autos pudieran conseguir los ships que escasearon como consecuencia de la paralización de los productores chinos y coreanos, y se hubiera asegurado de que el flujo de recursos energéticos se mantuviera sin tropiezos para que la inflación no elevara los precios de la gasolina y sus derivados.

Pero el presidente hizo todo lo contrario. Recrudeció su retórica contra los países considerados “hostiles”; ignoró las advertencias de Rusia respecto a las maniobras militares en el Mar Negro y celebró la ocurrencia de un conflicto militar entre Rusia y Ucrania como un premio de lotería.

No tomó en cuenta que estos dos países son los mayores exportadores de cereales e insumos agrícolas y que Europa, su aliado en este conflicto, depende del gas ruso como el pez del agua.

Las sanciones contra Rusia que promovió el presidente junto a los líderes de la Unión europea, no hicieron más que obstruir el aumento de la producción industrial y agrícola americana y mermar los recursos petroleros de Estados Unidos en un 12 por ciento, que era lo que importaba de Rusia.

El embargo de las cuentas en dólares de Rusia (unos 650 mil millones de dólares) obligó al país eslavo a no confiar en esa moneda, por lo que pidió que sus compradores les paguen su gas natural y su petróleo en Rublos y no en el papel moneda con la cara de Washington.

Esto fortaleció el Roblo y debilitó el dólar en el mercado internacional.

A gestión de Biden, los países de la Unión Europea acordaron la semana un programa para dejar de importar petróleo ruso, lo cual pone más presión sobre la producción americana que tendrá que suplir esa demanda.

Esta misma semana la secretaria del tesoro de Estados Unidos, Janet Yellen, admitió que se equivocó al no evaluar la posibilidad del crecimiento de lo que se creía que sería un breve y manejable estado inflacionario.

El jueves el presidente Biden dejó boquiabiertos a los periodistas en la Casa Blanca, al decir contemplaría comprar petróleo a Rusia para evitar que sigan subiendo los precios de los combustibles.

Obviamente el presidente está entrando en pánico debido que la inflación amenaza con barrer el Congreso de demócratas en las elecciones de noviembre.

Ojalá no sea ya muy tarde.

 


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