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Por Ramón Peralta

Las discusiones y planteamientos que se llevan a cabo hoy día en relación al déficit fiscal y los cortes necesarios para reducirlo, han llevado a los políticos a presentar varias alternativas. Dentro de esas alternativas hay quienes plantean que el presupuesto de defensa no debe ser tocado porque de hacer eso pondría en juego la seguridad nacional. Otros argumentan que la reducción conllevaría pérdidas de empleos en el gran complejo industrial armamentista, hecho que no caería bien en una economía todavía afectada por la falta de empleos.

De manera que unos y otros, es decir, Republicanos y Demócratas, están decididos a no hacer cortes en el gasto de defensa y por el contrario, están más inclinados a recortar en aquellas áreas que tienen que ver con el gasto social y que afectan directamente a los sectores más necesitados de la nación.
Esta actitud de los políticos ha puesto en alerta algunos sectores, que han decidido poner al desnudo el derroche de dinero que conlleva el montaje del aparato militar. Las denuncias apuntan principalmente, al hecho de que se gastan sumas exorbitantes de dineros en la fabricación de equipos militares que no van a ser usados en las presentes circunstancias y quizás nunca en el cercano futuro.
Los críticos ponen hincapié, en que los retos militares del presente y los que se perciben  en un cercano futuro, no requerirán el uso de las sofisticadas armas que hoy se están fabricando y que drenan el presupuesto de defensa. Un caso en particular, que llamó la atención de la última revista Time, es la fabricación de un sofisticado avión de guerra cuyo costo, en un largo proceso de construcción, se elevará a la friolera de 450 billones de dólares. La cantidad mueve a espanto al más ingenuo de los seres vivientes. Cuántos problemas sociales resolveríamos con tamaña suma?  La respuesta está tan clara que no merece responderse. 
La otra pregunta que todo el mundo se hace es, en qué escenario militar se usará tan sofisticada y mortífera máquina? Talvez en ninguno. Como no hay justificación alguna, el único argumento válido que ponen los sostenedores de tan costoso proyecto es que, Estados Unidos debe estar delante de sus competidores en la carrera de las armas.
Las confrontaciones militares de tipo de guerra de guerrillas y de pequeños células de militantes, como las que llevan a cabo los grupos seguidores del difunto Bin Laden, no requieren la utilización de armas convencionales de altos costos como en las que se ha embarcado el Departamento de Defensa.
Además del superavión a que hicimos referencia anteriormente, hay otros proyectos de altos costos monetarios. La revista Times revela que, entre otros pedidos se encuentran: 459 aviones de tipo de despegue vertical a un costo de 53 billones; misiles de defensa con un valor de 126 billones; tres portaviones estimados en 42 billones, es decir, 14 billones cada uno, sin contar los aviones; y por último, 30 submarinos de ataque, a un costo de 93 billones.
Por qué nuestros legisladores no se inmutan ante este desbordante gasto militar y sí lo hacen cuando se quieren destinar migajas del presupuesto para resolver los urgentes problemas sociales que enfrenta la sociedad? Además del criterio de que estos problemas no les importan, está el hecho de que muchos de nuestros legisladores les deben sus posiciones a las grandes contribuciones que la industria de las armas hace a sus campañas políticas. Recuerden que la industria militar es una empresa privada y no del gobierno.
Al final de cuenta, la benigna reacción de nuestros legisladores ante el gasto militar no es más que una respuesta, entre otras cosas,  a un recibo por pagar.  El resto de la cuenta lo pagan los de abajo. Mientras tanto, que viva la democracia de los pocos. {jcomments on}


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