Por Juan Daniel Castro
Decía uno de los más grandes intelectuales públicos de México, ser un feminista misógino. Carlos Monsiváis daba una lección a todos los machistas al utilizar esos adjetivos encontrados. Lo mismo resulta con las personas de aparente descendencia europea en Latinoamérica, y por su puesto es el caso de las personas blancas o “caucásicas” en este país. Puede no gustar a muchos la postura que ofrece la teoría critica de la raza porque es difícil aceptar los privilegios que se ostentan. Bajo esa lógica, todas las personas anglosajonas son racistas en virtud de las estructuras sociales e institucionales que constituyen a esta nación.
Monsiváis tenía claros sus privilegios como varón en una sociedad tan tóxicamente machista como la mexicana. Aunque mestizo de piel morena e incluso como homosexual no-confeso, el intelectual y promotor de los derechos de la mujer—a decidir sobre sus cuerpos o a ocupar puestos políticos de alto nivel—entendía que, no podía ser feminista a secas porque desde su óptica, su condición de varón se lo impedían. De la misma manera, no existen en este país anglosajones no-racistas. Quienes entienden el argumento, son prestos a reconocer las estructuras que validad su privilegio anglosajón. Lo desafían e incluso utilizan su privilegio en favor de aquellas personas que no son anglosajonas y son objeto de discriminación.
Las recientes manifestaciones en EE. UU., y a nivel internacional, dejan al descubierto a anglosajones y europeos (respectivamente) que utilizan el discurso de la desigualdad social, para promover agendas personales y protagonizar e incluso apropiarse de luchas que simplemente no les pertenecen. Estas actitudes crispan las relaciones interraciales y fomentan la falta de confianza en las instituciones; latente entre las personas que no son anglosajonas. Se antoja como ejemplo la manifestación en la Ciudad de Grand Rapids del día 6 de junio: las redes sociales estuvieron muy movidas debido a que se habrían apropiado de la dirigencia del evento personas anglosajonas, que, a pesar de poder tener buenas intenciones, no entendieron su papel como acompañantes de quienes verdaderamente se ven afectados por los abusos de autoridad y crímenes de las corporaciones policiacas en este país.
Adentro
Pese a que hay dos funcionarios públicos en el Gobierno de la Ciudad, pertenecientes a la comunidad afrodescendiente (el gerente general, Mark Washington y el jefe de policía Eric Payne) se resolvió por recomendación del segundo a que se llamara a la Guardia Nacional. La alcaldesa Roslyin Bliss asumió la responsabilidad por la decisión y con ello ratificó que la Ciudad de Grand Rapids y su área metropolitana, vive una especie de segregación racial buena ondita o benigna. Más allá de lo oneroso que resulta a las finanzas públicas el intento fallido de reconciliación del cuerpo policiaco con las comunidades afrodescendiente y latina, resulta una afrenta la decisión unilateral y hecha a botepronto de la alcaldesa, a muchas de las personas en esas comunidades con las que ha tenido a través de los años una buena relación.
Y quien teclea, por supuesto, se encuentra entre ellos.