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Cuando comencé mi trabajo de reportero para una estación nacional de televisión de mi país, República Dominicana, en 1980, mis colegas me califican de empírico, porque mi carrera era la de abogado y no de comunicación, aunque el 80 por ciento de mis clases eran convalidadles con la de mi nueva e improvisada práctica.

Me avergonzaba desconocer el ABC de lo que hacía, por lo que me dediqué a tomar clases de comunicación y a leer todo cuanto aparecía en las librerías y bibliotecas sobre periodismo.

Me gané el respeto y aprecio de mis colegas arriesgando el pellejo como ambicioso improvisado, a tal punto que fui reconocido en todo el país como un excelente informador.  Esa maña de ser periodista se me quedó para siempre y ya forma parte de mi nombre. Pero en realidad no es lo que quise ser, porque como dice Serrat, uno siempre es lo que es, y no lo quiere ser. Mi gran ambición fue siempre ser escritor, y aunque me he pasado la vida escribiendo, tengo todavía miedo de sacar mi primer libro a la trituradora visión de los consumados lectores, a pesar de los años que lleva almacenando polvo en los rincones del olvido.

Ahora, con el avance de la tecnología, la que ha puesto en los bolsillos del mundo al mundo. y mas allá de lo que hay después de este, veo con curiosidad, y confieso que a veces con estupor, cómo el periodismo dejó de ser oficio de letrados y académicos para convertirse entre ocaso y alba, en el oficio de cualquiera que no es mudo y en la mas fríbola expresión del ejercicio de la intelectualidad.

Una vez le escuché decir a Mario Emilio Pérez, un periodista estupendo y peculiar escritor y maestro del humor dominicano, que los periodistas éramos desgraciadamente los chopos de los intelectuales (palabra que se refiere a persona marginada y de mal gusto).  Es decir, lo mas pobre del ejercicio del intelecto como profesión.

Los peores periodistas del mundo como Jorge Ramos, cuyo ejercicio profesional se acerca mas a la de payaso que a la de informador, pero que gozan de la fama que dan las millonarias cadenas, se convirtieron en el modelo de los comunicadores de televisión.  Tornar las entrevistas en interrogatorios al enemigo resaltando sus ideas por encima de las que pueda expresar el entrevistado (a mi entender, el mayor de los sin sentidos de una entrevista), es la nueva escuela de los comunicadores. Claro, muy en especial de los del sur de la Florida.

En estos días vi una entrevista que le hizo un reportero del CNN Español al presidente del Perú, Pedro Castillo, en la que el “periodista” insistía en colocarlo del lado de los “enemigos de la democracia americana”, con preguntas sobre Cuba y Venezuela.  Hasta lo que yo tengo entendido, Perú es un país independiente de América del Sur cuyo presidente es elegido para gobernar Perú, no al vecino ni a ninguna isla del Caribe.  Pero el reportero se sentía muy orgullo del color verde de su pelo, su nariz redonda y roja bajo el lazo en el cuello azul de bolitas blancas y sus grandes zapados culminando el adrede mal ajustado pantalón de payaso.

Con la expansión sin límites de los llamados “medios sociales”, los payasos no andan solos. Proliferan como mariposas en primavera decenas de miles de improvisados ejerciendo esa carrera de la que yo me sentí alguna avergonzado de no haber estudiado, siguiendo los ejemplos de los ilustres entretenedores de párvulos en cuya cúspide se encuentra el gurú Jorge Ramos.

Todo el que tiene un teléfono es reportero; el que quiere ser periodista abre una pagina de Facebook y dice e informa cuanto le place, y otros mas osados, con apenas haber aprendido la mitad del abecedario, imprimen periódicos para negarse a si mismos que nunca fueron a la escuela.

Los medios sociales han traído la democracia a la información.  Cada quien, puede decir lo que quiera; cada quien puede informar lo que le parece; cada usuario de un celular es propietario de un canal de televisión y al mismo tiempo, su mas destacado reportero. Cualquier patán se proclama editor y se convierte en respetable.

Traer la democracia a los medios es un gran paso.  La información por años ha sido propiedad de los que tienen el dinero y la capacidad de transmitir a miles y millones sus ideas. Pero cuidado, que esa democracia de la información puede ser un propagador de la ignorancia, un motor del retroceso, una rueda del camino de regreso a los primates, a la negación de los avances que la humanidad ha puesto peldaño a peldaño a través de los siglos y mares de sangre.

El poder del dinero, ese que Francisco de Quevedo llamó Don Dinero, le ha dado a los medios sociales el poder sobre la sociedad y sus gobiernos, el dominio de los mas profundos secretos de cada ciudadano, y convertido en importante todo lo que divierte, llama la atención, despierta el lívido y la perversa pasión de sufrir y aplaudir las desgracias y la felicidad de otros, haciendo de cada existencia un espectáculo.

Ya una ex empleada de Facebook, Frances Haugen,  denunció hace unos meses que la poderosa empresa de enlace social en línea, prioriza todo lo que llame la atención sin importar el daño que pueda acarrear, y se ahorra su energía de distribución en lo que no le atrae público, como los programas educativos.

Estamos en las gradas de un mundo improvisado, una humanidad sin sentido de si misma, y la peor decadencia de lo que fuimos.  Un mundo desinformado y mal informado.  La humanidad del siglo XXI conducida por la reacción a los instintos, no por la razón, capitaneada por la ambición de los nuevos dueños de la información.

 

 

 


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